por javier villa
Los pelos interminablemente largos y ondulados de cada una de las entidades de la comunidad caían como una luminosa lava blanca y vibrátil desde la cima del zigurat; una cascada cálida de luz que acariciaba y ablandaba el ángulo de los vértices de cada nivel de la mole pedregosa de la escalonada pirámide. El más alto y pequeño era el nivel de un día, luego venían el de las semanas y los meses, para finalmente terminar con el nivel de los años - el más bajo, largo y ancho que hacía de base a todos lo demás.
Las entidades de la comunidad sonreían con la misma tensión aplicada a la curvatura de cada mueca de cada uno de sus orificios, no tenían muchas arrugas (y ya nadie respiraba raro). Soplaba brisa ahí arriba de un día.
El primer nivel del zigurat ocupaba doscientos cincuenta metros, mientras que el último era un pequeño cuarto para que una sola vez al año se juntaran todas las entidades a apretujar y entremezclar su energía y así reiniciar el ciclo de vida. La enorme mole piramidal existía con el solo propósito de sostener en su cúspide a ese específico cuarto para que sea usado durante ese único encuentro del día indicado. Como nunca nadie había puesto en duda la solidez de la estructura, todas las entidades se sorprendieron cuando el zigurat comenzó a meterse hacia adentro. El día tragado por la semana, las semanas por el mes, los meses por el año. La tierra y las piedras, y algunos plásticos incrustados, comenzaron a sacudirse; primero leve y después con mayor intensidad. La corteza terrestre se abrió y el zigurat y sus entidades fueron engullidxs por un hueco negro sin dimensiones. Al poco tiempo, el planeta comenzó a cerrarse.
Las comunidades intraterrestres llamaron a ese suceso el gran desgarro y, aunque fue considerado como un mito de origen, sin el sol y sin el roce del aire se transformaron en una sociedad cuya presencia dejó de estar atravesada por el tiempo. Las entidades no nacían, no crecían ni morían y, sintomáticamente, conservaban un único recuerdo: el tiempo, como un juego aplastado de cajas chinas. El tamaño de cada pieza podía variar, pero nunca cambiaba la forma. Recordaban al tiempo como una herramienta que existió para medir el espacio y tallar sus límites. En el interior de la tierra solo tenían la presencia ininterrumpida y ondulante de su propia luminosidad, carente de coordenadas espaciales precisas.
Durante ese mismo momento del gran desgarro que unxs descendieron, otrxs ascendieron. Pero mientras los intraterrestres ubicaban el origen del suceso en la altísima energía que llegó a condensar la comunidad, los extraterrestres juzgaron que el éxodo del Planeta recaía en la ambición desmedida de un único individuo. Más allá de las hipótesis, la corteza terrestre quedó desolada, y sólo dominada por miles de piedras que se movían sin freno. Podían ocurrir choques y fricciones hasta el desgaste, pero nunca variaba la velocidad.
Desde el interior del planeta se percibía al mundo de las piedras cómo a un único sonido continuo, que delineaba desde afuera al globo que los recubría y masajeaba la presencia lumínica y difusa de cada entidad. Desde el exterior, se lo observaba como a una nube lejana de pura estática de color marrón. A la distancia, la tierra se sentía levemente fuera de foco, cosquilleante.
El día del desgarro, el individuo encendió el agitador. Su objetivo era testear la gran nave. Replicar las condiciones de fricción. No podían existir errores técnicos. En esa nave viajaría la primera Colonia y posiblemente la única.
La nave tenía las dimensiones de un pequeño pueblo. El agitador que debía testearla era levemente más grande. Para que funcione, sus cimientos descendían hasta la última capa de la corteza. Cuando lo encendió, la Tierra comenzó a ondular expansivamente. Los anillos de piedra nacían en el agitador y avanzaban demoliendo todo. Por más que lo apagaron, las ondas expansivas ya no podían frenarse. Se abrieron orificios aquí y allá. Algunos agujeros tragaban energía y otros la expulsaban hacia el cielo.
La primera nave de colonos creada para fugarse del planeta, había autoprovocado la justificación de su existencia.
Partieron aprovechando la energía expulsada desde un agujero. Al llegar a Marte decidieron crear una comunidad sin dioses. Nada se elevaría sobre el resto de las cosas. Ni individuos ni edificios. Replicaron un agitador en el nuevo planeta, convencidxs de que su presencia era necesaria para recordar. Y para la aplicación práctica de la nueva estructura social. Una vez al año se encendía el agitador y todo lo construido se derrumbaba. El ciclo se volvía a iniciar, desde cero La comunidad extraterrestre replicaba la destrucción para recomenzar. Nada se elevó sobre el resto. Todo lo material se transformaba. Nadie podía manipular ni diseñar la transformación. Vivían atravesadxs por una cuenta regresiva. Aprendieron a escribir sus mitos y memorias en el aire. Aprendieron a leer el aire.