por cristina postleman
La mañana del 12 de octubre del año 2022, se despertó no sin cierto nerviosismo. Se puso en marcha con la decisión de calmar su entumecimiento. Pensaba que este se debía a los choques con bloques y ángulos que constantemente debía sortear. Pensaba que, por eso mismo, era necesario abandonar esta composición. (Siempre ha convivido con la claustrofóbica presunción de que el cálculo no puede ser todo). Ahora se dejaba llevar por la obstinación de, al menos, desplegar el plano. Ensayar la displicente experiencia de acariciar a la velocidad del pincelazo sobrio, los monstruos indescifrables que pudieran presentarse en el proceso.
En el trance hizo constar que, por razones últimas que expresa aún desconocer, la superficie del plano es incalculable hasta el momento. Y que pliegues de distinta conformación arrugan esta planicie. También lo empecina la hipótesis que sostiene que al límite de la torsión sombras irregulares no dejan de aparecerse y que no se sabe qué tipo de realidad estas presumen. Y que, (no quiero olvidarme de una de las apreciaciones fundamentales en torno a este plano), no se descarta que una leve curvatura, peligrosamente resbaladiza, le produzca una cierta tensión calórica.
De persistir, el movimiento no puede tener más que el ritmo de las llamas de un fuego imprevisible. De insistir, la vida estaría determinada al sólo vértigo incesante. También ha dejado al desnudo, que no faltan quienes despotrican que, del plano, es imposible salir. Inmediatamente, los espíritus como el suyo responden afirmando que sólo con una regla única es posible sostenerse indemne. Hay que continuar en el naufragio de esta perspectiva lábil, asumiéndose en una soledad auguriosa. Presumo que la diferencia está en que la antigua soledad, que arengaba a favor de puntos de fuga paradójicamente bien ubicados, ha sido desechada al diván de los bártulos inútiles. Las fugas son ahora tantas que otro riesgo las acorrala.
Pero la mañana del 12 de octubre de 2022 se hizo tomar una fotografía. Es esa la que se conserva de su experiencia. Un primer plano de cuerpo entero y, en lo que insiste en ser un telón de fondo, casi sin diferenciarse, humos apagados de una máquina que ya no funciona. Una sombra más, en la intemperie absoluta de un tiempo detenido. Yo lo observo, pienso en la cantidad de escenas que allí palpitan. Aunque una especie de zozobra me lleva a querer esfumar las más escalofriantes. No puedo engañarme con la planitud y el primitivismo cálido del color de estos paisajes. No puede haber allí reposo. En cambio, siento la latencia de acontecimientos insospechados. Entonces, prefiero amarrarme a esta sombra, a su figura de cuerpo entero, puesta ahí como si el final no fuera inminente. Como si aún las superficies, aún los espejismos, como si no permanecieran pululando los reflujos de sustancias ígneas. ¿Serán estas las únicas huellas solitarias que aún sobreviven, de la antigua inteligencia de esta especie que me atraviesa, que acecha igualmente a mi propio yo? Una pose y un gesto de una vida fija. Un aroma a combustible de aparatos de medición. Allí todo el poder de dar certezas frente al vértigo del azar descontrolado, que estoy, yo en cambio, a capa y espada resguardando.
Yo doy fe que la intuición sobre la consistencia del plano desplegado ha sido comprobada, aún si fuera en parte. Que una vez en el desierto despejado, una belleza suave ha irrumpido en la superficie aún humeante. Me encontraba hasta hace unos minutos atrás, aún en el refugio bajo las sombras de paredes anchas, protegiéndome de algo y de alguien. Creo, de la desesperación, yo también haberme transportado al reverso del plano en busca de posibles. Lo cierto es que yo también he abandonado el cálculo. El 12 de octubre de 2022, yo también me arriesgo a erigirme en guardiana de esta perspectiva precaria y urgente.
Siempre sospeché que coincidimos él y yo en dejarnos contagiar por la atmósfera de esta morada de soledades frágiles y explosivas, por la prestancia de un camino verde que eventualmente invita a avistar un fuego nuevo, en compañía.